Orgullo gitano ante el estigma

Invisibilizadas y estereotipadas, las comunidades gitanas llevan siglos oprimidas por políticas que responden a intereses económicos y políticos. Esbozamos con brocha gorda parte de su historia y sus reivindicaciones de la mano de Paqui Perona Cortés, gitana feminista que trabaja en el barrio de la Mina (Barcelona), presidenta de Voces Gitanas y, de Helio F. Garcés, poeta y escritor.

Artículo del Periodico Diagonal: https://www.diagonalperiodico.net/saberes/30924-orgullo-gitano-ante-estigma.html

 

Hace más de una década que Paqui Perona Cortés, presidenta de la asociación Veus Gitanes (Voces Gitanas), estudió un máster de género en la Universidad de Barcelona. El temario arrancaba con las distintas olas del feminismo y trataba también la situación de las mujeres en otros contextos geográficos, como los feminicidios en México o los países islámicos y el uso del velo.

Paqui recuerda cómo no podía parar de pensar que a tan sólo tres paradas de metro de aquella aula estaba el barrio de la Mina, donde viven unas 9.000 gitanos y gitanas. «¿Por qué no hablaban de las mujeres que estaban ahí al lado? Está muy bien conocer la situación de otras mujeres en el mundo pero ¿por qué nunca hablan de mi cultura? No hay ningún plan de estudios, ni de la ESO ni de la universidad, que recoja la cultura gitana donde la gente joven se pueda sentir reflejada».

Más allá de la anécdota, esta historia es un ejemplo que ilustra la invisibilización sistemática que sufre la comunidad gitana por parte de la sociedad, los distintos gobiernos y las instituciones. La otra cara de la moneda no es mucho mejor: la estigmatización.

Los gitanos y las gitanas no aparecen representados y, cuando lo hacen, son completamente estereotipados, folclorizados, exotizados a través de programas televisivos como Palabra de gitano («viven entre nosotros desde hace siglos» rezaba su promoción) o Gipsy Kings.

Incluso la Real Academia de la Lengua, a pesar de la campaña viral que se lanzó por redes hace un par de años, aún recoge entre sus definiciones de gitano el concepto de trapacero como sinónimo.

Para el poeta y escritor Helios F. Garcés, los estereotipos son numerosos y arcaicos. «Los gitanos son primitivos, antimodernos, patriarcales: tienen su ‘cultura’ y es en la misma donde deben encontrarse las claves de su negativa a integrarse en la sociedad española».

Frente al tópico negativo, Helios también señala el ‘positivo’: los gitanos son, como los caribeños, gente vaga, que sobrevive feliz en los márgenes de la sociedad ‘civilizada’.

Son artistas, graciosos e ingeniosos, «sobre todo para ponerse en ridículo a sí mismos».

Estereotipos que, según Paqui, nacen de la ignorancia pero que son un arma de doble filo ya que no sólo calan y construyen el imaginario de la sociedad ‘mayoritaria’, sino que además forman la imagen que la comunidad gitana tiene de sí misma, sobre todo en la infancia y entre los jóvenes. «En muchos casos no tenemos herramientas para desmontar a la sociedad mayoritaria, somos una cultura muy indefensa».

Paqui lleva más de 25 años como mediadora y trabajando estrategias de empoderamiento con las mujeres gitanas en el barrio de la Mina, y desde hace 15 coordina proyectos de la Fundación Surt.

En su análisis sobre la situación de la comunidad romaní, Carlos III es un nombre recurrente. El «mejor alcalde de Madrid» recogió durante su gobierno las políticas de exterminio y opresión antigitanas iniciadas por los Reyes Católicos y Fernando VI, que decretó la llamada Prisión General de gitanos en 1749.

Carlos III quería promover la disolución de la cultura gitana poco a poco y se optó por la integración forzosa en el plano simbólico. «Se quería borrar todo recuerdo y toda imagen de ‘lo gitano’», explica Helios.

Paqui cuenta cómo el monarca esperaba que en cien años la población gitana y su cultura hubieran desaparecido al mezclarse con otros pueblos. La Guardia Civil será una herramienta central en la persecución y la criminalización.

Desde entonces, esta herencia de opresión y criminalización de la realeza española y la jerarquía eclesiástica ha acompañado todo el corpus institucional y legal orientado a la comunidad gitana. Ni siquiera la abolición en 1978 de las úlimas leyes antigitanas ejecutadas por la Guardia Civil han llevado a una reflexión por parte de los gobiernos o a un mero amago de reparación por los daños inflingidos.

Según Helios, desde el inicio de la Transición «no habrá una lucha contra el racismo antigitano, sino una utilización paternalista y asistencialista de la heterogénea y rica realidad gitana». Así, todo lo relacionado con el pueblo gitano «comenzará a oler a ONG, a asociación folclórica y a asistencialismo social».

El asimilacionismo será uno de los objetivos centrales de cualquier gobierno. Aquí volvemos al estigma. «Para las instituciones –explica Helios– el problema es que los calós y calís no están integrados y esencialmente se niegan a estarlo. El mal reside en sus supuestas costumbres. Así que hay que enseñarles a comportarse como se comportan los gaché, los payos».

Según Paqui, la cultura gitana es grupal, comunitaria, oral. Se transmite y transforma en los propios barrios y es una cultura que se sostiene gracias al reconocimiento mutuo.

Sin embargo, nunca se generan políticas desde la perspectiva y las necesidades de la comunidad gitana. «En Occidente siempre somos las minorías las que tenemos que ir a lo que manda la sociedad mayoritaria y, si no somos capaces de evolucionar como nos marcan, caemos en la exclusión social, que es lo que ha pasado con la población gitana y más con las mujeres».

Esta mediadora puntualiza que cuando se desarrollan políticas de intervención en los barrios, siempre van acompañadas de un interés urbanístico por encima del social: «En ese momento los gitanos molestamos y entonces se empiezan a emplear políticas sociales». Para Helios, «no hay voluntad de detener el acoso policial, la discriminación laboral, la segregación escolar».

De hecho, según datos del CIS, más del 50% de la población gitana sufre discriminación a la hora de buscar empleo y el 42% se ha sentido discriminado en el acceso a un servicio local o público. Situaciones de racismo que, además, se agravan en un contexto de crisis y altas tasas de desempleo.

«Atiendo a mujeres gitanas para que entren en el mercado de trabajo y cuando van a trabajar tienen que invisibilizar sus factores étnicos y su identidad –explica Paqui– porque si no les caen todas las etiquetas que hay». En esa línea señala otro ejemplo que ilustra muy bien el acoso y la invisibilidad: «En Barcelona, Ada Colau ha levantado la mano con este tema y veo muy bien la solidaridad con los manteros africanos, pero ¿es que antes no existía la venta ambulante? Las mujeres gitanas llevan toda la vida corriendo y recibiendo palos de los guardias en los mercadillos con sus líos a cuestas y de esa realidad nadie se preocupa».

¿Cómo acabar con el estigma social? Paqui lo tiene claro: empoderando a los gitanos y gitanas desde su propia cultura. Cuando la cultura no está bien tratada, desde elementos positivos, acaba convirtiéndose en subcultura y marginalidad. Acaba evolucionando pero no desaparece. «En ese sentido, los gitanos tenemos una urgencia que no es sólo nuestra, sino que es social. Los interlocutores con las administraciones y la sociedad no pueden ser las élites gitanas, ésas que viven fuera de la comunidad y que se apellidan Amaya, Cortés o Flores».

Acabar con el autoestigma pasa por empoderarse y reafirmarse desde tu cultura. En ese sentido, Paqui ve centrales las alianzas feministas: «Las mujeres estamos acostumbradas a trabajar en red y sí es indispensable aliarnos y hacer redes con otras mujeres para contrastar e intercambiar conocimientos».

Sin embargo, en este camino de inter­cambios y apoyos, destaca la importancia de que las gitanas construyan su propio feminismo, que no se imponga el modelo payo. «Debemos construir nuestra identidad y luchar por la equidad desde un feminismo comunitario donde también pensemos en cómo nos influye el colonialismo y cómo abordamos la triple conciliación: familiar, laboral y cultural».